REMEDIO 8
¡Oh enfermo que piensas en el más allá! La enfermedad te quita la suciedad del pecado, es como un jabón que te deja limpio. Dice un hadiz que es una expiación para los pecados. Otro hadiz relata: “Como caen los frutos maduros cuando se mueve el árbol, así caen los pecados del creyente cuando son zarandeados por las enfermedades”[1]
Los pecados son las enfermedades perdurables de la vida eterna y en esta vida terrenal, son enfermedades que afectan el corazón, la consciencia y el espíritu. Si tienes paciencia y no te quejas, estas dolencias temporales te salvarán de las numerosas enfermedades de la eternidad. Si no reconoces tus pecados o no tienes conocimiento del Más Allá o de Allah, sufrirás una enfermedad que es millones de veces peor que tu enfermedad. Clama, porque todos los seres de este mundo están conectados a tu corazón, tu espíritu y alma. Dichos vínculos se ven continuamente interrumpidos por la separación y la muerte, causándote innumerables heridas. Especialmente si no comprendes el Más Allá e imaginas la muerte como la inexistencia eterna, es simple sin embargo, que tu ser, lacerado y herido, sufra enfermedades que están al alcance de este mundo.
Por lo tanto, lo primero que debes hacer es buscar la cura a través de la fe, que es un remedio sanador para innumerables enfermedades de tu ser interior que se encuentra terriblemente herido y enfermo. Debes corregir tus creencias. El camino más corto para encontrar tal curación es reconocer el poder y la misericordia del Todopoderoso de Gloria por medio de la ventana de tu debilidad e impotencia que se muestra detrás de la cortina de la negligencia, desgarrada en tu enfermedad física.
Sí, aquel que no reconoce a Allah es afligido con un mundo lleno de tribulaciones. Mientras que aquel que Lo reconoce está lleno de luz y felicidad espiritual; percibe estas cosas de acuerdo a la fuerza de su creencia. La consternación que resulta de la insignificante enfermedad física se disuelve en el gozo inmaterial, sanador y agradable que nace de la fe. Finalmente el sufrimiento se desvanece.
[1] Bujari, Marda 1, 2, 13, 16; Muslim, Birr 45; Darimi, Rikak 57; Musnad I, 371, 441; II, 303, 335; III, 4, 18, 38, 48, 61,81.