Pequeñas Palabras | LA SEXTA PALABRA | 1
(1-3)

 

 

 

En nombre de Allah, el  Misericordioso, el Clemente.


“Es cierto que Allah les ha comprado a los creyentes sus vidas y bienes a cambio de tener el Jardín...” [1]

 

Si quieres entender qué provechoso comercio, y qué honorable rango, es vender la propiedad de una persona a Allah y ser Su esclavo y Su soldado, entonces atiende a la siguiente comparación.

      Una vez un rey confió a dos de sus súbditos una finca para cada uno, incluyendo todos los materiales, maquinaria, caballos, armas y otros útiles, etcétera. Era una época de guerra, nada disfrutaba de estabilidad; todo estaba destinado a desaparecer o cambiarse. El rey en su piedad infinita envió al teniente más noble a los dos hombres y por medio de un decreto Clemente les comunicó lo siguiente:

      “Vendedme las propiedades que os confié de modo que yo la mantendré por vosotros. Que no sean derrochadas. Después de que la guerra termine, yo os las devolveré en mejores condiciones que antes. Las respetaré como vuestra propiedad, y pagaré un precio mayor por ellas. En cuanto a la maquinaria y las herramientas en el taller, serán usadas en mi nombre y en mi mesa de trabajo, pero el precio y el valor por su uso se incrementarán mil veces. Recibiréis todo el beneficio que se acumule. Sois indigentes y no tenéis recursos, y sois incapaces de afrontar el coste de estas maravillosas tareas. Dejadme asumir los gastos, y daros los ingresos y beneficios. Las podréis disfrutar hasta que comience la movilización. ¡Mirad las cinco maneras en las que os beneficiaréis! Ahora si no me vendéis las propiedades, podréis ver que ninguno es capaz de preservar lo que posee, y perderéis lo que ahora tenéis. No servirá para nada, y perderéis la oferta que os hago. Las delicadas y preciadas herramientas, materiales esperando para ser usados, perderán también todo su valor. Tendréis problemas y preocupaciones por la administración y preservación, pero al mismo tiempo seréis castigados por traicionar mi confianza. ¡Mirad las cinco maneras en las que perderéis! Además, si me vendéis las propiedades, os convertiréis en mis soldados y actuaréis en mi nombre. En vez de un común prisionero o un soldado irregular, seréis libres tenientes de una monarquía exaltada.”

      Después de que hubieron escuchado el decreto, el más inteligente de los dos hombres dijo:

      “Por supuesto, estoy orgulloso y feliz de vender. Doy mil gracias.”

      Pero el otro era arrogante, egoísta y disipado; su alma se había vuelto tan arrogante como la del Faraón. Como si él fuese a estar eternamente en aquel estado, él ignoraba los terremotos y los tumultos de este mundo. Dijo:

      “¡No! ¿Quién es el sultán? No venderé mi propiedad, ni dejaré de disfrutarla.”

      Después de un tiempo, el primer hombre alcanzó un rango tan alto que todo el mundo le envidió. Recibió el favor del sultán, vivió feliz en el propio palacio del sultán. El otro por el contrario cayó en tal estado que todo el mundo sentía pena de él, pero también dijo que se lo merecía. Como resultado de su error, su felicidad y su propiedad desaparecieron, y sufrió castigo y tormento.



[1] Corán, 9:111.

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