La Vigésimotercera Palabra | Capítulo Segundo | 11
(8-17)

Entraba en una gran ciudad. Vi que había grandes palacios. Miraba a las puertas de algunos palacios donde había una fiesta como en un brillante teatro el cual ofrecía todas las atenciones y la entretenía. Me fijé que en la puerta  estaba el señor del palacio, jugaba con un perro y asistía a la fiesta. Las señoras complacían en conversaciones dulces con jóvenes ordinarios. Las chicas organizaban los juegos de los niños. Y el portero hacía el papel de director de todos ellos. Yo entonces noté que la parte interior de este gran palacio estaba completa-mente vacía. Los importantes deberes se quedaban sin hacer. Tenían esta apariencia en la puerta por-que sus facultades morales eran ínfimas.

Después pasé y llegué al otro palacio grande. Vi que en la puerta había un fiel perro echado, y un severo y taciturno portero con oscura apariencia.

Quise saber. ¿Porqué unos son así y otros no son así? Entre allí. Vi que la parte de adentro era muy bonita. Planta sobre planta, la gente del palacio estaba ocupada con  varios de sus deberes sutiles. Los hombres de la primera planta organizaban la administración y se preocupaban de las necesidades. En la planta más arriba las chicas y los niños estudiaban. Encima de esa, las señoras estaban ocupadas con finas artes y bellos bordados. Y encima de todas el señor intercambiaba noticias con el sultán y estaba ocupado con sus sagrados deberes para mantener la tranquilidad de la gente y su propia promoción y progreso. Porque yo era invisible no me dijeron “Prohibido” y pude pasear. Después salí y miré. En todas partes de esta ciudad existían esos dos clases de palacios. Les pregunté y me dijeron: “Los palacios donde había fiesta en la puerta y la parte de adentro estaba vacía pertenecen a los infieles más notables y a la gente  mal guiada. Los otros pertenecen a los musulmanes notables”. Después encontré un palacio. En la puerta ponía el nombre “Said”, me preocupé, me fijé más, me pareció como si viera mi imagen sobre él. Dando un grito por mi perplejidad extrema, volví a mis sentidos y me desperté. Y voy a interpretar ésta visión para ti. Que Allah saque un bien de eso.

Esta ciudad era la vida social humana y la  de la civilización del hombre. Cada uno de los palacios era un ser humano. La gente de los palacios eran facultades sutiles en el hombre como los ojos, las orejas, el corazón, el misterio, el espíritu, la mente y cosas como el espíritu maligno, capricho y poder de lujuria y de ira. Cada facultad del hombre tiene una diferente misión de esclavitud. El espíritu maligno, el capricho y los poderes de lujuria e ira son semejantes a la puerta y al perro. Así, subyugar las facultades sutiles y benditas al espíritu malo y al capricho, y hacer olvidar sus deberes fundamentales es ciertamente declinar, y no es progresar. Puedes interpretar el resto tú mismo.

TERCERA NOTA: El hombre, respecto a sus actos y hechos y a su labor, es un animal débil, una criatura impotente. La extensión de su poder de disposición y posesión es tan limitada que, si extiende su mano, puede llegar incluso, a los animales domésticos los cuales dan sus riendas a las manos de los humanos, tomando una parte de la debilidad, la impotencia y la pereza del hombre así que cuando ellos se comparan con sus congéneres salvajes, se ve una gran diferencia (como la diferencia entre cabras y vacas domésticas, y salvajes).

Pero, respecto a la indignación y aceptación y súplica y petición; es un pasajero honrado en este hostal mundano. Él es un huésped de Uno tan Generoso que le abrió los tesoros infinitos de la misericordia. Y subyugó innumerables sirvientes existentes al servicio del hombre. Y una capacidad tan grande se le ha preparado para recreación, diversión y beneficio de este huésped que; su mediano poder es tan largo y ancho como  al que puede llegar la imaginación.

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