La Vigésimotercera Palabra | Capítulo Segundo | 13
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también por tener muchos deberes innatos, sus órganos y facultades  han crecido mucho. Y, por él, se ha creado con una naturaleza capaz de poder realizar cualquier clase de adoración, se le han dado habilidades, las cuales contienen las semillas de todas las perfecciones.

Así, esta gran riqueza en facultades, este inmenso capital no le fue dado para procurarse esta vida mundana temporal; sino, para cumplir el deber fundamental del hombre, que, es dirigir sus misiones hacia innumerables objetivos y proclamar su impotencia, su pobreza, y sus errores a través de la oración; y observar las glorificaciones de lo existente con un ojo universal y atestiguarlas. Y tener agradecimiento por la asistencia de Un Más Misericordioso con  ofrecimientos y, con-templando los milagros del poder Divino sobre las existencias, aprendiendo de ellos con una mirada abierta.

¡Eh hombre!, adorador de este mundo, amante de la vida mundana e ignorante del secreto del más excelente de los modelos. El Said anterior vio la realidad de la vida mundana en una visión. Escucha cómo se transformó en un  Said  nuevo.

Veo que soy un viajero. Emprendo un largo viaje. Es decir, me envían. Mi señor me daba dinero poco a poco, 60 piezas de oro que él me había asignado. Gastando, llegué a un hostal muy divertido. En este hostal, en una noche gasté diez piezas de oro en juegos de azar, en entretenimientos y en buscar la fama. Por la mañana no tenía nada de dinero. No pude comerciar. No pude comprar nada para el lugar a donde me iba. Lo que me quedó de todo ese dinero eran pecados y dolo-res y de los entretenimientos: heridas y penas. Mi-entras yo estaba en este estado terrible, un hombre apareció de repente. Y me dijo:

“Has perdido todo tu capital.  Y te  mereces un castigo. Te irás a tu destino en quiebra y con tus manos vacías. Pero, si tienes sabiduría, la puerta del arrepentimiento está abierta. A partir de ahora cada vez que las tengas, guarda la mitad de las quince piezas que te quedan, que te las darán. Es decir, compra algunas cosas que necesitarás a dónde vas”. Miré, mi espíritu no estaba de acuerdo con esto. Entonces él dijo, “un tercio”. Tampoco lo aceptó mi espíritu. Después, “un cuarto” dijo. Miré que mi espíritu no podía dejar su mal hábito al cual yo era adicto. Este hombre giró su cabeza con en-fado y se fue.

De pronto, la escena cambió. Vi que, yo estaba en un tren que descendía. Me asusté pero sin remedio, no me podía escapar a ningún la-do. Extrañamente, atractivas flores y tentadoras frutas aparecieron a ambos lados del tren. Y yo, como un tonto sin experiencia, las miré, y estirando mi mano traté de tomarlas. Pero ya que estas flores y frutas tenían espinas que rasgaron e hicieron sangrar mis manos. Con el movimiento del tren mis manos se hirieron. Me dolían mucho.

De pronto, un encargado del tren me dijo: “Da-me cinco céntimos y te daré cuantas de estas flores y frutas quieras. Por cinco céntimos te pierdes cien céntimos rasgando tu mano. Además hay un castigo, no puedes tomarlas sin permiso”.

Con angustia saqué mi cabeza por la ventanilla del tren, y miré hacia adelante para ver cuánto faltaba para terminar. Vi que, a la salida de túnel aparecían muchos agujeros. Desde este largo tren  se tiraban hombres en ellos. Vi otro agujero destinado a mí. A ambos lados de esto había dos lápidas. Me fijé con curiosidad. Vi en el epitafio escrito el nombre “SAID” con letras mayúsculas. Dije “¡Allah mío!” perpleja y tristemente. Después, es-cuché, de pronto, al hombre que me había dado consejos en la puerta del hostal.

Me dijo: “¿Ya te has dado  cuenta?” Dije: “Sí, me he dado cuenta, pero ya no hay energías ni remedio”. Dijo: “Arrepiéntete, y encomiéndate a Allah”. Dije: “así lo hice”. Me desperté. El Said anterior ya no estaba. Como el Said Nuevo me vi a mi mismo.

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